Aún llevando calzado los cristales se le clavan en los pies. Sigue caminando por las calles solitarias y ruinosas de aquella ciudad que un día fue gloriosa. En ocasiones escucha voces de niños, sólo el murmullo lejano de lo que algún día esas calles acogieron, ahora sólo son voces en su cabeza deseando que sea realidad. Recuerda paso a paso pequeñas anécdotas de su niñez, de su adolescencia, recorriendo esas calles con sus amigos, de la mano de sus padres. A veces quisiera olvidar, no recordar todo lo que ocurrió, las cosas buenas y las malas, pero se queda pensando en que sería fallar a su ciudad, la que vio como nacía y como se convertía en alguien en esta vida. Los cristales cada vez penetran más, no hay forma de quitarlos, son invisibles, nadie los ve, únicamente se notan.
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